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Apuntes de un Detective-Clochard, lo que me ocurrió ayer.

Apuntes de un Detective-Clochard, lo que me ocurrió ayer.

Jueves 1 de diciembre

  Esta mañana me ha despertado el timbre de la puerta de mi casa. El cartero traía una notificación para mí. He abierto el sobre mientras me calentaba el café en el microondas: se trata de otro mensaje en clave respecto al caso de la niña desaparecida en Les Corts. Las pistas llegan con cuentagotas en las últimas semanas y mi buen olfato de detective me dice que hay algo muy feo detrás de todo esto. En el papel hay un teléfono, 58 849 55. Tengo que preguntar por Diana.  

No me parece buena idea seguir los consejos de uno de mis principales focos de sospecha, así que he cogido el coche, decidido a hacer averiguaciones por mí mismo. Antes de llegar al puente Diana me ha llamado otra vez. “Por favor, te suplico de nuevo que no hagas nada precipitado. Todo se podría venir abajo y tú correrías un grave peligro”. Me insiste en que vaya a su casa. Yo me muero de ganas de ver la cara de la voz enigmática que ha dirigido mis pasos el día de hoy, así que me parece bien la propuesta. Desde el retrovisor veo como queda atrás el puente, el hogar de los misterios.

  Diana vive en un ático del Paseo San Juan,  desde donde se le puede tomar perspectiva a Barcelona. La he notado triste, mientras daba caladas a un Marlboro y me ofrecía algo de beber. Después de tanto ajetreo mental me apetece pasar una tarde siendo el anfitrión de una mujer que sin duda encierra algún tipo de secreto, del cual solo se atisba una parte pequeñita, la punta de un iceberg. “Yo conocía a la niña personalmente”, dice. “Participó en uno de los programas de educación y psicopedagogía de la Universidad”. ¿Así que se trataba de eso? Clavo mi mirada en sus ojos y no me parece que esté mintiendo. Desde los ventanales del salón vemos atardecer.  

En el taxi, de vuelta a mi casa pienso en Diana y me parece como si estuviera recreando a un fantasma. Su belleza es una mezcla de delgadez espectral revestida a la última moda, es fruto del trato más agradable a la espera de recibir algo a cambio. Sin duda otra mujer perdida, aunque ella crea saber quién es el asesino de la niña. No le he dicho nada, pero cuando salía he visto en una de las estanterías un reloj de hombre. Cuando una mujer regala un reloj a su pareja, es una llamada de atención, de calculada certeza respecto a la fecha de caducidad de su amor. Hago anotaciones en mi libreta de paperchase, la que me compré en Londres y donde tomo la mayoría de apuntes para mi diario. Tengo la sensación de que vivo en un vaivén de temporadas sentimentales que cambian como las estaciones, golpeándome en el estómago a cada cambio de ciclo. 

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