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La gestación del Mal

La gestación del Mal

24 de abril

Desde el accidente me he quedado sin coche y he de moverme en tranvías y taxis por la gran ciudad. Tras imprimir algunas copias de mi descubrimiento en la fotografía de Seveline con sus padres, me preparé un café negro profundo y comí algo de fruta. Ya había amanecido y el tiempo apremiaba. No podía perder el tiempo en reconciliar el sueño, así que salí a la calle y tome un par de tranvías para llegar a Poble Nou en busca de X. Necesitaba  urgentemente una segunda opinión de aquella imagen fantasmal. 

Caminé hasta el portal dónde él vivía, lo recordaba de la vez que vinimos a buscar las herramientas de trabajo para fotografiar al fantasma de Can Mata. Me resultaba extraño que nadie contestara al interfono. Eran las siete de la mañana y X no daba clase en la Universidad hasta las once. Tuve un mal presentimiento. Una anciana que volvía de comprar el pan me abrió el portal y subí hasta la séptima planta a picar personalmente. Mucho antes de llegar a su rellano ya me di cuenta de que la cerradura de su apartamento había sido forzada.

Con la ayuda de un clip doblado abrí fácilmente la puerta. En el piso de X olía a aceite quemado y a flores secas. En biología se obtiene información del comportamiento celular bajo unas reglas muy sencillas: formulación de una hipótesis, comprobación de la misma y extracción de conclusiones. El valor de las pistas, de mis pequeños terrores diarios, se hicieron afines al descubrimiento al que me enfrentaba en aquellos momentos. Luther Blisset había dejado los restos de un rito sangriento en el piso de X en el cual se habían degollado diecisiete gatos negros.  

Entre la sangre reseca  del suelo habían restos de hojas de periódico, de flores resecas y de tierra. Un grupo del movimiento Espiritista había realizado una reunión en el piso de X seguramente con él mismo dentro, amordazado. Tomé muestras de la sangre del suelo y del sofá. Recogí algo de tierra en una bolsa y llamé a la policía. No tardaron en llegar varios agentes y dos forenses. Dijeron que la sangre tan sólo era de los gatos degollados, no se presenciaban restos de sangre humana. Recogieron a los animales mutilados en bolsas de plástico y se los llevaron al laboratorio para analizarlos.

El Mal nos golpea, ha descubierto que vamos tras él. El caso se me retuerce por dentro. Me consuelo pensando que cuando encuentre a X seguramente hayamos obtenido información esencial para acabar con Luther Blisset. Sé que X no está muerto. Sin duda lo mantienen encerrado en algún oscuro rincón subterráneo de Barcelona. No puedo centrarme en nada más que no sea buscarlo, pero ahora las fuerzas me abandonan y después de estar dos días seguidos sin dormir empiezo a entrar en un estado parecido al de la narcolepsia.     

¿A quién le explico yo lo que ha ocurrido? ¿Tendría X algún otro pariente en la ciudad al margen de su mujer? ¿No me habló en una ocasión de algún hermano? ¿Qué sabía yo en realidad de su vida privada? ¿Dónde viviría su mujer tras la separación? Recuerdo que conservaba el teléfono móvil de ella en una tarjeta. Llamarla me comprometía a convertirme en un portador de malas noticias para una mujer desconocida, algo que iba absolutamente en contra de mis principios personales.

Pero no tenía otra opción. Marqué el número y tragué saliva. Los ojos se me cerraban. Seguir lo que dicta la moral no le exime a nadie de mostrarse a los demás con una percepción equivocada de sí mismo.

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