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El arte y la vida. Subidas y bajadas de un detective (1ª Parte)

El arte y la vida. Subidas y bajadas de un detective (1ª Parte)

Martes, 2 de mayo 

El gran maestro Andrei Tarkovski dejó escrito en sus memorias importantes reflexiones acerca del arte, y propuso nuevas e innovadoras vías para desarrollar la narración cinematográfica y el modo de estructurar las escenas dentro de una película. Me acuerdo de Tarkovski mientras continúo tras la pista del pobre X, secuestrado por los esbirros de Luther Blisset durante una fatídica noche de finales de abril mientras en mi cabeza se sucedían imágenes de un sueño, que bien podría haberle servido de material sensible al gran maestro ruso para alguno de sus filmes.

“La llamada tarea creadora se convierte en una rara actividad de excéntricos, que buscan tan sólo la justificación del valor singular de su egocéntrica actividad”, dice Tarkovski. Aquí reside uno de los pequeños males de nuestro tiempo, y que en cierto modo se está convirtiendo en un estigma para los que disfrutamos del arte con mayúsculas, a pesar de que ello implique que tengamos que mirar al abismo cada vez y aguantar al mismo tiempo como éste nos devuelve su mirada devoradora desde las oscuras profundidades. 

Ciertas formas de individualismo, como el que profusa Blisset cuando realiza sus locos rituales, envenenan círculos en los que transitan  buenas ideas y que a su vez son un terreno fértil para el desarrollo de los sentidos. Mi gusto estético irremediablemente se haya dañado, y me pregunto si no será de mal gusto continuar persiguiendo a tamaña sabandija. La mujer de X está todavía muy alterada, pero la comprendo en cierto modo y me alegraría que su marido apareciese sano y salvo. Yo seguramente no podré continuar interpretando correctamente los indicios que van surgiendo en este maldito caso sin su ayuda.

Volví solo a la antigua casa de Blisset, el caserón abandonado de la carretera de Castelldefels que seguía todavía en pie, a pesar de estar tan podrido que está a punto de venirse abajo por sí solo. Estaba anocheciendo cuando llegué, así que encendí la linterna y me colé por una ventana rota. El interior olía a polvo y humedad, apestaba a rancio. Intenté bajar de nuevo al sótano donde tuve el encuentro con el gato días antes, pero la puerta estaba cerrada. Recorrí el pasillo del segundo piso. Algunas puertas de las habitaciones estaban entreabiertas y dejaban pasar la luz de la luna llena que iba iluminando mis pasos por encima de la crujiente madera.  

Apagué la linterna y continué avanzando. Al fondo del pasillo deslumbré una figura humana, de alguien que estaba sentado contra la pared en una de las esquinas del corredor. A medida que mis ojos se fueron acostumbrando a la luz vi perfectamente que se trataba de un hombre corpulento, que parecía dormido. Veía como su pecho se contorsionaba lentamente al ritmo de su respiración. Sus ojos estaban cerrados.

Tener ciertos conocimientos en medicina y anatomía me ayudan a darme cuenta de cosas como esa. A aquél tipo lo habían drogado fuertemente y lo habían dejado ahí horas antes. Seguramente aquél pobre diablo no sabría ni como había podido llegar hasta allí cuando despertara. A menudo yo también me pregunto cómo demonios he llegado yo mismo al punto en el que me encuentro, y no logro atar los cabos que me resuelvan esta situación.  

Inspeccioné los bolsillos de aquél tipo, registré su cartera. Me percaté de un pequeño bulto que sobresalía de su camisa y descubrí que llevaba una cadena en el cuello de la cual pendía una llave alargada. Arranqué el colgante y me lo guardé en el bolsillo interior de mi chaqueta. Decidí que había hecho un gran descubrimiento y que ya era hora de largarse antes de que aquél desconocido se despertara. Me dirigí a la puerta de salida.

En ese instante, cuando me disponía salir de allí, la puerta se abrió lentamente. En el suelo del hall se reflejó la sombra de una mujer, que permanecía de pie en la entrada. Aguanté la respiración y aguardé escondido entre la penumbra del pasillo del piso superior, desde el que podía ver perfectamente aquella silueta femenina. La mujer dio un par de pasos y entró en la casa. Ella miró hacia arriba. Yo dirigí mi mirada hacia abajo. Establecimos contacto visual en medio de la oscuridad. De algún modo sabía que yo estaba allí escondido.

No fue difícil reconocer aquél rostro. Se trataba de Diana, que  había vuelto de entre los muertos.

 

1 comentario

the a suspect -

capullín! ¿ya te has visto las pelis?
un abrazo desde el sol valenciano!