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Voces perdidas

Voces perdidas

Domingo, 29 de enero

Durante los años ochenta, las ciudades se inventaban por sí mismas de forma continuada. Antros, discotecas, fiestas y vicios recorrían las calles aclamando la era de la libertad de pensar y de amar. Los que vivieron esa época intensamente dicen que entonces sí que merecía la pena drogarse. El éxtasis, los ácidos, la cocaína... era entonces el momento de la Gran Ciudad, de ser cosmopolita, de abrir la mente. Aquellos que estuvieron maravillosamente enganchados a algunas de estas drogas recuerdan los años ochenta en este momento de crisis total de la identidad, y se retiran de las grandes ciudades, enrolados en una guerra diferente. París, Londres, Barcelona e incluso Nueva York, son todas ciudades ya aburridas y sin ningún aliciente para ellos. Lo peor es que las nuevas generaciones no hacen nada para cambiarlo.  

Defender el arte y la cultura requiere un compromiso, una implicación. No puedes pensar que formas parte de la cultura si no produces cultura, si todavía no encuentras el registro mediante el cual expresarte. En toda investigación lo primero que se debe llevar a cabo es eliminar los resortes de la incomunicación, que se encuentran fuertemente anclados en varias esferas de la sociedad y de las relaciones humanas del hombre sin identidad. Mirada penetrante. Pongámonos serios. Señalemos con el dedo lo que no nos gusta. Escapad de la frustración como primer paso necesario hacia la libertad individual.

Soy un investigador, un observador, no lo puedo evitar. Debido a esta naturaleza me veo continuamente envuelto en lugares y situaciones poco usuales. Lucho continuamente por mantener la gentileza, porque creo que es uno de los atributos más imperecederos que existen, pero a veces no puedo evitar enfadarme. X me invitó a presenciar un experimento científico que yo desconocía y me pareció de lo más interesante: la grabación de psicofonías en Can Mata, una finca abandonada que se encuentra en la carretera de la Rabassada, justo en la ladera oeste de la montaña del Tibidabo, donde fusilaban a los republicanos durante la Guerra Civil.  

Hablamos en un café, y me explicó que sería un trabajo de campo de lo más recurrente y que nos serviría de experiencia para continuar con el caso que nos traíamos entre manos. Como veis, las grandes ciudades se pierden en las crisis de los valores y de las identidades, y comienzan ha aparecer fantasmas en las casas deshabitadas. Qué signo más inequívoco de los tiempos modernos, y qué gran objeto de estudio. Hice alarde de mi mejor gentileza y nos acercamos a su casa en mi coche para recoger las herramientas de trabajo: grabadoras, infrarrojos, sulfatos, pinceles, cámaras fotográficas y dos trípodes.

Esa era nuestra forma de contribuir al arte, fotografiando fantasmas, grabando sus conversaciones. X me enseñó por encima el procedimiento habitual antes de entrar en el caserón abandonado. No nos costó demasiado forzar la puerta. Subimos por los peldaños de la escalera de madera que crujían bajo nuestras pisadas hacia la segunda planta. Entramos en la habitación de un niño. Las paredes conservaban restos de un papel macilento con dibujos de globos y payasos. Colocamos los utensilios, pusimos en marcha la grabadora y el infrarrojo. X y yo nos sentamos en el suelo polvoriento, a liarnos un jalandro y esperar a ver qué pasaba. 

Efectivamente, a los tres cuartos de hora y justo cuando me empezaba a entrar sueño, el pitido del infrarrojo nos alertó. X dio marcha atrás al magnetófono y pulsó play. Oímos con claridad la voz de un niño que llamaba a sus padres con tono de preocupación. “¿Papá? ¿Mamá?... ¿Papá? ¿Mamá?”. Se me erizaron los pelos de la nuca y en ese momento me acordé del desagradable episodio en el bosque cuando andábamos tras la pista de Diana. Escuchar a un fantasma es espeluznante, pero me interesa conocer más acerca de ellos, ya que por lo visto juegan un papel importante en el caso de la niña desaparecida.  

A veces me pregunto por qué empecé a escribir un diario íntimo, por qué tengo la necesidad de recapitular sobre papel los acontecimientos de mi vida. Sin duda, la respuesta a esta pregunta tan sólo la puedo saber yo con certeza. De momento creo que tiene mucho que ver con los fantasmas, puesto que yo también terminaré siendo uno de ellos y no quiero que se me olvide lo que hice mientras estaba vivo. La vida está separada de la muerte por una línea muy fina, tanto que a veces es posible acceder a un punto que se encuentra entre los dos mundos. Reviso la cinta y las fotos que hemos hecho de la casa, y escucho una vez más la frágil voz de ese niño perdido en un plano distinto al que nos hallamos. Una dimensión que está adquiriendo forma y que nos atrapará mientras buscamos a la persona que más amamos. ¿La encontraremos entonces?

2 comentarios

Jacques Clochard -

Hola señor o señora "anónimo". Gracias por el comentario, realmente hablaba de "psicofonías" -ya lo he cambiado, puede comprobarlo-. No estoy acostumbrado a grabar los sonidos que emite un fantasma, pero una cosa sí que puedo decirle: se parecen un poco a la mala leche que desprende su comentario.
Suerte.
J.

anónimo -

a ver... por un lado, creo que te refieres a la grabación de "psicofonías", no cacofonías... el cacofónico,parece, eres tú.

por otro lado, eso no es un experimento científico, es una gilipollez... y los que así "investigan", bobos o engañabobos. dale el nombre que se merece, o , al menos, no lo llames "científico"...