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laescaleradecaracol

Justicia Infinita

Justicia Infinita

Ya casi nadie hablaba de la noticia del asesinato del chico irakí, la primera vez que salí de la estación de metro de Liverpool Street. Había quedado con Marlene allí mismo, en el lugar donde dos policías dispararon a ese chaval hacía cosa de un mes, porque sospecharon que podía ser un terrorista vinculado a los atentados del 11 de Septiembre.  Una maldición sobre su juego de miradas, un bulto en su mochila Eastpack olvidada, un clima de opinión emponzoñado; nunca sabremos qué pasó en realidad. Otro misterio. Una víctima civil más. La coartada moral de la administración Bush lo sigue llamando a día de hoy “daño colateral”.

Marlene me esperaba, sonriente, con una blusa de tirantes y su faldita negra. De todas las que tenía, esa era la que se desabrochaba con mayor facilidad. Había guardado la chaqueta en el bolso, porque corría el mes de junio, y Londres dejaba de ser gris y frío por unos días. En la calle los colores eran más vívidos que de costumbre. O quizás era porque Marlene me quería. No sé. Paseamos por Brick Lane aquella mañana hasta llegar a Spitafields Market. Marlene me regaló una cámara de fotos de plástico, de esas que puedes combinar diferentes filtros y hacer fotos de colores. Cogimos el metro y nos fuimos a Holland Park a probar la cámara, pero yo era incapaz de ver la poesía por ningún lado. Y además a Marlene le olía el aliento a perro muerto, mientras insistía una y otra vez en que le perdonase y que volviera a mudarme a su casa. Yo le seguía el rollo haciendo ver que me importaba, cuando en realidad mi mente le daba vueltas al chaval que habían fulminado de un balazo.

Durante los atentados del 11 de septiembre, Estados Unidos nos coló la guerra contra Irak como si se tratase de una consecuencia lógica al “ataque" que habían recibido en casa, en sus propias carnes, en el centro de Manhattan. Para que no cupiese la menor duda y hubiera después alguien que les señalara con el dedo,  retransmitieron el declive del World Trade Center al más puro estilo Hollywood. O peor todavía, como un gran acontecimiento deportivo parecido al de los Juegos Olímpicos o el Mundial de Fútbol. Cuando la verdad era otra. Marlene me miraba sin comprender, convencida de que yo también seguía enamorado de ella. Incluso se lo había contado a sus amigas.

La empujé dentro del estanque de estilo japonés y cayó entre los nenúfares, golpeándose la cabeza contra el cemento del fondo. Pude oír un crriek. Cuando pararon las convulsiones me quedé allí de pie junto al agua y las cañas de bambú. Sostenía la cámara de plástico que me había regalado hacía unas horas en mi mano izquierda. Coloqué el filtro de color rojo. Miré por el objetivo y encuadré su cuerpo inerte flotando en el agua. Justo cuando estaba a punto de disparar me dije a mí mismo que no podía continuar jugando a ser el puto Stanley Kubrick:  una fotografía de ese tipo estaba hecha ya. 

Y después vinieron las manifestaciones, la cárcel, las armas de destrucción masiva y todo ese rollo. Y el ataque de Londres, con el caos en el metro y la bomba que causó los 39 muertos que iban en el autobús de la línea 12. El mismo que cogía Marlene cada mañana, antes de venir a verme.    

1 comentario

anónimo -

qué bien escribes jacquesclochard