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El Universo de los Romances

El Universo de los Romances

Jueves, 22 de diciembre 

 

Pasé unos días por Madrid intranquilo, revuelto. Me convencí a mí mismo de que sería bueno para el caso y también para mí cabeza. Apartarme unos días de la  nocturnidad barcelonesa para adentrarme en la madrileña. En la Gran Vía siempre hay gente, a cualquier hora del día y de la noche. Es como un camino de baldosas amarillas obligado si estás en el centro, y como todos los caminos mágicos, se hace doblemente interesante si te apartas de él. Yo me desvié por la calle Fuencarral, crucé la calle Desengaño y Madrid empezó a darme lo que buscaba, lo que permanece flotando debajo de la epidermis osuna y castiza del cosmopolitismo cañí.

  En esos instantes no me encontraba demasiado bien. Me dolía la cabeza y la garganta, así que decidí entrar en algún bar para tomar un paracetamol. Por suerte siempre llevo pastillas y un bisturí en la maleta. En toda la calle no me pareció divisar ningún sitio demasiado aconsejable en el que entrar, así que tuve que caminar un poco más hasta dar con el local adecuado. Mientras andaba recuerdo que iba construyendo frases mentales dirigidas a Diana, como si pudiéramos comunicarnos de forma telepática. Creo que de momento este método de comunicación no funciona demasiado bien entre nosotros dos.  

El barman era un  tipo con un peinado raro. Tenía rapados al cero los laterales de la cabeza, ni rastro alguno de la existencia de patillas para disimular unas enormes orejas de soplillo. Una camisa blanca con manchas de grasa y un delantal azul eran el uniforme perfecto para trabajar en ese tugurio atemporal, sin duda un reducto de los portales que existían antes para entrar en La Zona. Observando al barman y al viejo de la barra que absorbía con sonoridad un plato de sopa de textura grumosa y de color verde, me di cuenta del lugar tan interesante dónde había ido a parar, “el Madrid mágico, sin duda” me dije tragando una pastilla para paliar mi dolor en la nuca y fotografiando la escena con mi retina.

  “Ahora ya me va bien bajar”, dijo tembloroso el anciano de la sopa. “Está usted en su casa señor Venegas” respondía el camarero. En el suelo detrás de la barra se abrió una trampilla de madera. “Todavía continúa cerca de mí casi todo el tiempo” dijo el anciano. “Señor Venegas, baje usted a cantar la balada de la era espacial, tiene a todo el público impaciente”. El anciano se dirigió detrás de la barra y bajó las escaleras de la trampilla adentrándose en lo que parecía ser una bodega subterránea, o eso me pareció a mí. “Tengo contactos en La Zona” dije con ansia. “¿Puedo bajar ahí yo también?”. “Usted no va a cantar nada” me respondió el camarero-guardián-de-la-puerta.  Sentí deseos de clavarle el bisturí en el cuello, pero me controlé.  

He dicho en casa que estoy preparando unas oposiciones para trabajar de funcionario. Mientras tanto, me dedico ha escribir por las tardes y a salir por las noches. Duermo durante la mañana. Siento la necesidad de encontrarme con la gente cada día. Si no lo hiciera no podría continuar con la investigación.

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