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La amenaza fantasma

La amenaza fantasma

Lunes, 16 de enero

Durante la tarde vino a buscarme X. Hablamos por la mañana, justo cuando yo emulaba a Sherlock Holmes en mi apartamento realizando un experimento con ácido carbónico, para conseguir pigmentar pequeñas cantidades de sangre imperceptibles al estar diluidas en agua. Habíamos quedado en acercarnos a merodear por la zona donde vi a Diana por última vez, dónde sabíamos que había desaparecido de algún modo, convencidos de encontrar el portal que conducía al lugar donde se hallaba en estos momentos, y desde donde nos había pedido ayuda a través de su fantasmagórica presencia usando la tabla ouija como medio de transmisión.  

Era imposible que Diana estuviera muerta. Los fantasmas de La Zona que la mantenían aprisionada se encargaban de que, aparentemente, creyéramos que se había evaporado para siempre. X aparcó en el arcén de la carretera, saltamos la valla y bajamos hacia el bosque que en apariencia se presentaba algo diferente respecto la noche anterior. X también tenía un intercomunicador fluorescente en uno de sus bolsillos. Él es el experto en casos paranormales así que era natural. Me pregunto con qué fantasmas se comunicaría a través de aquél curioso aparato.  

Seguimos un sendero estrecho por donde yo recordaba haber visto correr a Diana. Encendí mi linterna al adentrarnos en la frondosidad del campo, ya que los árboles opacaban la luz natural de la luna llena. X llevaba un buen rato en silencio, cosa que me pareció extraña. “¿Has podido ver algo que te llame la atención?”, pregunté en voz baja. “De momento no veo nada. Pero siento una fuerza, hay algo en este bosque. No sé si deberíamos continuar”. ¿Por qué me diría eso? Precisamente había sido él quién había insistido en inspeccionar la zona. ¿Dar ahora marcha atrás? De eso nada.  

Fue entonces cuando me fijé en un extraño bulto en el suelo, unos metros delante de mí. La cazadora verde de Diana se encontraba arremolinada detrás de unas hierbas, hecha un guiñapo y absolutamente llena de barro. Me apresuré a recogerla y saqué de mi bolsillo una muestra del experimento que había desarrollado en mi casa aquella mañana. Llevaba el líquido en un pequeño frasco pulverizador, que apliqué por toda la chaqueta. Efectivamente, los restos de sangre coagulada, imperceptible al estar mezclada con el barro y la lluvia, se tornaron de color amarillo al contacto con el líquido. Ahora solo nos faltaba saber si aquella sangre pertenecía a Diana o a otra persona.

Una aparición fantasmagórica puede ser de diferentes índoles, dependiendo de si el aparecido proviene de la luz o de las tinieblas, de si lo que le retiene en este mundo es el amor o el odio. En ocasiones, el fantasma no tiene porqué presentarse con la totalidad de su cuerpo, pudiendo hacerlo tan sólo con fragmentos de éste: las manos, el rostro... La cara que nos observaba junto aquél árbol pertenecía a una niña. Yo la vi antes que X. El rostro de una niña de largos cabellos, flotaba en el aire y nos observaba con seriedad.  
 

“Diana es nuestra” dijo con voz angelical. “Si se os ocurre pedir ayuda para que la devolvamos a vuestro mundo, os castigaremos”. Tragué saliva. Realmente nos encontramos ante un asunto feo en el que fuerzas que se escapan a la lógica humana maquinan en contra de nosotros. El rostro se esfumó con una sonrisa y nosotros también,  pero con el pelo erizado y con expresión de angustia. No estoy acostumbrado a que me amenacen de ese modo. X tampoco.

 Un dato más que añadir en el caso de la niña desaparecida. Evidentemente la conexión entre Diana y la pequeña Seveline es clara. No me gustaría volver a tener pesadillas recurrentes sobre este tema como la de la noche del cinco de diciembre, ni tener que adentrarme en este mundo de maníacos sectarios, ni enfrentarme a fantasmas o seres que no se comportan con el perfil del delincuente habitual. No quiero por favor, no no....                                                                                                                                                                 
                                                                                

2 comentarios

Jacques Clochard -

Diana... ¿eres tú? Por favor, si eres tú comunicate conmigo telepáticamente y dime dónde te encuentras. ¿Qué fuerzas te mantienen aprisionada? Tu declaración es esencial para resolver el caso.

J.

el conejo blanco -

Querido Jaques,
nunca te diste cuenta que la que estaba a tu lado era yo, de que había alguien...de que sigo ahí.