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laescaleradecaracol

Nadie Sabe

Nadie Sabe

A veces parece que el tiempo se ha detenido, que lo que gira alrededor de uno está congelado y hace tanto frío ahí fuera que no se puede ni dar un paso. A veces pienso en lo mucho que me hubiera gustado tener una vida normal, tener un trabajo que aportara mayor estabilidad emocional, enamorarme hasta las trancas de alguna mujer preciosa, hacer el amor con ella cada noche y tener muchos hijos. Cada uno de mis intentos en el albor de este propósito ha sido fallido, así que ya no persigo más este placebo. Espero sentado dentro de mí mismo, viendo como transcurren las fases del deshielo, que convierten la nieve en agua que gotea a ritmo de segundero. Es entonces cuando el tiempo comienza a desplazarse a través de la esfera de mi reloj negro.

Las cosas más terribles suceden cerca de la casa de uno. En el piso de al lado, por ejemplo. La verdad está ahí fuera, en algún momento y en algún lugar, ajena a nosotros y nuestras elucubraciones y despropósitos de moralidad ambigua. Prefiero pensar que simplemente con la evasión diáfana a la que consigo llegar mediante entretenimientos naturales y digitales, se consigue descongelar el tiempo y rodar a través de él aunque sea del modo en que ahora lo hago, convulso y a horcajadas, como montado en un ridículo toro mecánico.

Tanto X como yo le hemos dado muchas vueltas al tema de los rituales del hombre contemporáneo, del hombre enfermo, del hombre que se dedica a consagrar divinidades paganas todo el tiempo y está dispuesto a cualquier cosa, incluso a sacrificar su propia vida, para llevar a cabo con éxito los propósitos de la cábala. Más pisos donde se han realizado este tipo de ritos han aparecido en Hospitalet, en áreas separadas equidistantemente pero siempre en enclaves paisajísticos de urbe maltratada, de barrio suburbial. 

La narración de El Buda de los Suburbios de Hanif Kureishi me da vueltas en la cabeza constantemente, como la ciudad de Londres, y me acojo a ella para establecer comparaciones con la situación que vivimos en este momento. Sin duda, una de las investigaciones más duras de toda mi carrera detectivesca, aunque esté plagada de mieles inclasificables y  viajes nocturnos que hacen que saque lo mejor de mí mismo (y lo mejor de los que me acompañan en este tránsito por la frontera con el Más Allá).

Ya sabemos el aspecto que tienen los fantasmas, ya les hemos oído. Ahora no tienen nada más que decirnos, tan sólo esperan escondidos a que nosotros movamos la siguiente pieza. Diana nunca lo tuvo tan difícil. Estamos esperando una respuesta por parte de Merryck Plumaligera, pero de momento no ha contestado a nuestras prerrogativas respecto al informe del forense. Seguramente tendrá miedo de hablar más de la cuenta, ya que tanto X como yo coincidimos en que si hay alguien que tiene información de primera en estos momentos es él: el hijo de uno de los últimos adoradores de Luther Blisset.

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