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laescaleradecaracol

Vida subterránea

Vida subterránea

A River Ain’t Too Much ha sonado hoy en mi apartamento repetidas veces. En otras ocasiones me han alabado las cualidades de Smog, pero nunca había pensado en la figura del cantautor todo terreno como un verdadero comunicador mesiánico, cuyas canciones son capaces de hacernos trascender a un estado que se eleva unos metros por encima del suelo, desafiando a la fuerza de la gravedad con chulería y precisión.

Caminamos como malabaristas por la cuerda floja, con la música de Smog de fondo conducimos hasta otra casa abandonada que X ha localizado cerca de la playa de Castelldefels. En esta ocasión vamos mucho más preparados. Nuestras herramientas de trabajo se encuentran en perfecto estado y sabemos que en aquél caserón decrépito se alojó Luther Blisset durante algunos años. Después se trasladó a Barcelona y desde entonces nadie volvió a vivir allí, como si la casa hubiese quedado apestada, víctima de algún sortilegio que ahuyentara a cualquier posible comprador.

Atardece. En el interior del caserón penetran algunos tenues rayos de sol, que iluminan millones de minúsculas motas de polvo que revolotean en el aire. Algunos muebles antiguos están cubiertos con sábanas, como fantasmas errantes de cambiantes formas, que guardan una vida errática, una condena eterna. “Si Blisset realizaba reuniones en este antro, deberíamos ser capaces de encontrar alguna pista”, dijo X. “¿Por qué no intentamos colocar los magnetófonos en el comedor y en el pasillo del piso superior?”, sugerí. “Me parece buena idea”, asentía mi compañero de investigación, “Yo me encargo de ir arriba. Intenta ajustar el micrófono para que registre cualquier vibración o cambio en el aire. Estoy seguro de que esta casa está infestada de almas en pena”.

Cuando X dijo “almas en pena” Diana acudió a mi memoria. Nadie había aparecido reclamándola, nadie la había buscado. Los pocos amigos que tenía en vida se habían esfumado por completo tras su desaparición. Eufemísticamente, vivíamos una especie de entierro prolongado, en el que tan solo participábamos X y yo. X leía los salmos, yo echaba tierra sobre el ataúd. Mientras calculaba la longitud de onda de uno de los frecuenciadores que X me había suministrado, un extraño sonido provinente del sótano captó mi atención.

Sin avisar a X, me acerqué hasta la cocina donde estaba la puerta que daba paso a las escaleras del sótano. Encendí la linterna y arrojé luz más allá de la escalinata descendente. Casi no se atisbaba el suelo ni lo que escondían las sombras de alrededor. Volví a oír el mismo sonido, como un golpe seco que se propagaba por las paredes. Bajé algunos escalones y en seguida me di cuenta de que entraba en terreno cenagoso, cuando la puerta se cerró de golpe detrás de mí y el ronquido seco de las paredes se repitió con mayor asiduidad.  Enfoqué a uno de los rincones de la oscuridad, donde descubrí con sobresalto a un gato negro que me miraba penetrantemente.  

“¿Jacques?, ¿Jacques?”. Desde la cocina X me llamaba y aporreaba la puerta intentando entrar en el sótano. “Estoy aquí abajo”. “¿Por qué te has metido ahí? He descubierto algo, ¡sube!” Yo tenía la sensación de haber hecho también un descubrimiento, pero no quería continuar indagando entre la penumbra con aquél felino suelto. La puerta tardó un poco en ceder, no tenía la intención de abrirse a la primera. Cuando lo hizo, me encontré con X al otro lado, con una expresión extraña en el rostro y algo pálido. “Salgamos de aquí”, imperó. “¿Por qué? ¿Qué has visto?” pregunté. “No es lo que he visto yo, sino lo que has visto tú”. No comprendía. “El gato negro”, continuó X. “Es el gato de Luther Blisset”.

En el coche X me explicó que Blisset utilizó el gato en diversos rituales para dar pruebas de su poder. Degollaba al gato delante de sus seguidores y tras un extraño ritual le devolvía la vida. Aquél felino era por lo tanto un alma en pena más, cargada de malignidad y manejada por entidades del Más Allá. No sé como X supo en seguida de mi encuentro con el felino, él tampoco me ha dado demasiadas explicaciones, pero le avala su gran experiencia en casos de este tipo. No podría continuar con esta línea investigativa sin su ayuda. La presencia de ese animal en la casa significa que Blisset anda cerca, así que mejor desaparecer antes de tener un encuentro frontal con él sin estar preparados. Hay que prevenir los zarpazos, y para eso tenemos que ir muy rápido, como deslizándonos, sentados en la barandilla de una escalera de caracol.

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