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No a las jaulas

No a las jaulas

Allí estábamos como un par de lobos, apaciguados en el silencio de la oscuridad que se propagaba a través de los árboles. En aquella noche fantástica, preñada de lealtad y admiración por las vivencias del otro, por saber más de lo que había aprendido, por escuchar una gama de connotaciones sentimentales que no atendían a una forma de comprensión lógica. El razonamiento para seguir aquellas palabras no correspondía  a la consciencia, sino que era potestad de un universo visceral, insuflado del aliento de la entrega y de todo lo etéreo que lucha por entrar en una corriente llamada “fuerza de la gravedad”.

Así de inspirado me encontraba en mi apartamento, justo cuando se acababa el disco de Ladytron y hablaba con las musas a través del humo blanco y mugiente, que caía como una cascada a cámara lenta desde mis pulmones hacia la pared. Me mantengo un poco al margen de la actuación de X durante los últimos días, desde que recibimos el mensaje del espacio dentro de las coordenadas que usaba el diabólico Luther Blisset para comunicarse con los extraterrestres. Jamás tuve una vivencia parecida y no creo que de momento vuelva a saber nada más acerca de ellos. Por las noches me despierto sobresaltado pensando que estoy en el interior de un platillo volador perdido en la infinidad de la Galaxia, intentando divisar  el Planeta Tierra por la ventana para tener un punto de referencia, pero sin poder ver nada más que la oscuridad insondable del Universo.

Quiénes somos, a dónde vamos, de dónde venimos. El humo impregna la habitación de nuevo y dibuja rostros alrededor de la mesa. Rostros de personas que yo conocía. Las caras dirigen mi vista hasta el suelo, y me doy cuenta de lo sucio que está. ¿Cuándo sería la última vez que pasé la escoba? No logro acordarme. Hay investigaciones que me absorben la sesera de tal modo que me olvido de mi apartamento e incluso de mí mismo. Entre cápsulas de pensamiento me encuentro sentado esta tarde, y si he de pensar en algo lo hago en fantasmas y bosques encerrados. He de convencerme a mí mismo que la puerta de salida es una invención para mantenernos tranquilos, y que no puedo escaparme de esta jaula.

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