Vuelve Jacques
Recuerdo cuando llegué a Barcelona hace ya algunos años. Mi actividad como detective se ha disparado desde que vivo en la Ciudad Condal, y mi teléfono privado no para de sonar. Hasta la oficina han llegado todo tipo de casos, pero desde hace un año me he visto obligado a reciclar mis conocimientos sobre el mundo paranormal justo cuando me vi involucrado en el caso de la pequeña Seveline, la desaparecida niña de Les Corts que encontraron muerta al lado de uno de los puentes de la carretera de Les Aigües.
Revisando mi bitácora (que escribo desde que comencé a trabajar en serio en la investigación privada), obtengo una relectura que resulta imprescindible para continuar aportando luces a mis inquietudes detectivescas. En la Universidad de Criminología nos decían que era muy difícil sumergirse en un caso y al mismo tiempo adoptar una postura reflexiva con tu propio trabajo. Pero es sólo gracias a la crónica de mi vida íntima que logro entrelazar algunos cabos y la oscuridad adquiere esa frágil coherencia que se le atribuye a los pactos del silencio, a los sentimientos que son efímeros y eternos a la vez.
He venido hasta el apartamento en metro. Delante de mi se ha sentado un tipo huesudo, apenas sin sombra, de rostro enjuto tras un mostacho poblado de canas. Tenía la mano metida en uno de los bolsillos de su mono azul, y se apreciaba el movimiento inquieto de su dedo pulgar acariciando la culata de una pistola recortada. Me he puesto enseguida en tensión, porque no es habitual encontrarte con un arma de fuego en el vagón del metro. Un disparo con el transporte en marcha a la hora punta sería suficiente para generar toda una ola de pánico que pondría en peligro la integridad física del vagón entero.
Me he apeado antes que él, ya que no puedo permitirme el lujo de intentar perseguir a cualquier sospechoso que se cruce en mi camino. El mal se haya disgregado por la ciudad, y cualquier calle es buena para que te de alcance. Madame X me esperaba a la salida de la estación. Ella podría considerarse también otra manifestación del mal, por su forma de caminar y su modo sensual de mirarme, pero creo que de momento la considero algo así como una especie de ángel de la guarda que me mantiene fuera del alcance de las actividades del Movimiento Espiritista. Desde hace unos días nos dedicamos a investigar sobre las personas que sufren la extraña enfermedad de la sinestesia, una rara afección de los sentidos que sospechamos puede tener algo que ver con la muerte de la niña.
Los sinestésicos perciben con frecuencia correspondencias entre tonos de color, tonos de sonidos e intensidades de los sabores de forma involuntaria. Por ejemplo, una persona que tenga sinestesia puede ver un rojo más intenso cuando un sonido se vuelve más agudo, o tocar una superficie más suave le puede hacer saborear un sabor más dulce. Los estados asociados a la depresión suelen aumentar la fuerza de estas percepciones. Quizás la niña estuviera experimentando las primeras fases de la enfermedad y sus padres no lo supieran, quién sabe si en algún momento miraron detenidamente a su hija y le preguntaron qué demonios le estaba ocurriendo en realidad.
Bienvenid@s al diario de una investigación. Cuando cuente tres estarán ustedes dentro de la mente de Jacques Clochard. 1, 2...
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