Lo que te puede pasar si vas al Razzmatazz
Sábado 3 de diciembre
Existe a mi alrededor gente con muy pocos matices. Recuerdo los días en los que vivía en Weymouth Street, justo antes de mudarme a mi nuevo apartamento desde Tollington Park. Mi espíritu permanece joven como la ciudad de Londres, y es por eso que las personas a las que he querido, pero que han intentado hacerme daño, se hacen mayores de repente y pierden toda capacidad de imaginar como lo haría un niño. Vuelvo a Londres hoy, porque últimamente siento nostalgia del tiempo en el que viví tan al límite y de una forma tan libre, desarraigado de todo y de todos y sintiéndome que podía llegar hasta dónde me propusiese. Vuelvo a Londres hoy porque, desde que regresé a Barcelona, no he podido aplicar mi imaginación con la misma lógica que lo haría un niño y creo que es algo que he de recuperar lo más rápidamente posible.
Si hay algo realmente divertido en Londres son las fiestas privadas que se organizan en los pisos y casas suburbiales de toda la franja del West End, así como los encuentros clandestinos en los locales de Candem Town o Liverpool Street. Recuerdo como en una ocasión, en mitad de una noche de copas en el club Plastic People de Old Street, fui invitado a una de las fiestas más espectaculares de las que jamás me encontré mientras viví en la gran ciudad. La cuestión no es cómo llegué a parar a aquél piso enloquecido, sino lo que ocurrió dentro de él. Yo estaba con tres amigos, Fredrick, de Finlandia, Paul que había nacido en el sur de Inglaterra pero vivía en Londres y otro chico de Barcelona, Pablo. Los cuatro tomamos un mini-cab , que así es como se les llama a los taxis clandestinos, y tras negociar un precio razonable nos llevó a una finca de Candem Road. La fiesta se oía desde la calle.
Entramos en un apartamento de suelo de madera. En el comedor un tipo con mil piercings y tatuajes pinchaba música drum’n’base a un volumen bestial. Principalmente, los asistentes a aquella parade eran tíos y tías con aspecto de squoter, con tatuajes por todo el cuerpo y anillos que les atravesaban la nariz, las orejas, la lengua y el ombligo. La música era realmente muy buena, todo el mundo se encontraba entregado a la fiesta, tomando cocaína en las escaleras, en un rincón del sofá, en la cocina... Pronto perdí a mis amigos de vista, y me encontré yo también metido de pleno en aquel ambiente tan diferente a cualquier otro en el que me hubiese visto jamás, y en el que me encontraba tan, tan a gusto.
Siempre he pensado que si alguna vez tuviera que ser absolutamente radical con mis principios, viviría como esa gente. Ocuparía alguna propiedad abandonada, me dejaría una cresta y vestiría siempre de negro. Creo que no hay forma más auténtica de quemar tu juventud en la ciudad de Londres, aunque el precio que se ha de pagar supongo que debe de ser muy caro. En ese momento no me preocupaba nada de eso, me sentía completamente integrado entre aquellos desconocidos y me sentía capaz de establecer vínculos afectivos realmente sólidos con cualquiera que se hubiera acercado ha hablar conmigo. Y fue Josune, una chica de mirada enigmática y labios carnosos, la que decidió que iba a pasar conmigo el resto de la noche.Subimos a uno de los cuartos y ella me dijo en inglés que había encontrado a un ángel. Me sentí alagado por esas palabras, aunque ella no sabía bien de la condición celestial de su cuerpo, su cara y sus cabellos. Introdujo en mi boca media pastilla de éxtasis, y nos fundimos en un beso húmedo y prácticamente eterno, en el que me sentí absolutamente condescendiente y amparado por ella. Josune se convirtió entonces para mí en el animal más tierno e indefenso de cuántos me había topado, y un instinto de protección creció rápidamente en mí, viendo que lo único que debía hacer era acunarla como si fuese una niña, y de ese modo nos enamoraríamos para toda la eternidad.
Llegar al perdón no es un camino fácil. El rencor es a veces un sentimiento tan poderoso y aplastante que te impide arrojar claridad a tus pensamientos y a tus actos. Desde esa noche y gracias a Josune, algo cambió dentro de mí, y pienso que la lucidez mental es un estado al que se puede llegar sin necesidad de estímulos químicos, tan sólo actuando con consecuencia y escogiendo siempre el camino que hubieras tomado siendo un niño. Jamás voy a dejar de sentirme joven, y mucho menos cuando rememoro experiencias como las que me ocurrieron en la ciudad de Londres. Veo gente a mi alrededor, como os decía antes sin ningún matiz, y que quieren hacerse viejos a toda costa, ignorando lo que pasa a su alrededor y pensando solo en ellos mismos. Abrid vuestro corazón a las posibilidades, y sed siempre jóvenes y felices en todas las facetas que ofrece esta vida, incluso en las imaginarias.
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PEQUEÑO planeta -
Ra -