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La sonrisa del Vampiro (V)

La sonrisa del Vampiro (V) Una de las claves temáticas e interpretativas de La sonrisa del vampiro y que podría extrapolarse en cierto sentido al resto de la obra de Suehiro Maruo, sería la representación del vacío y el absurdo por el que se haya ensombrecido la sociedad capitalista y por ende nuestra propia existencia. El levantamiento contra este estado radica en la representación de lo irracional como respuesta a un sistema corrupto. Tan solo en alas de esa irracionalidad se podrá combatir contra los agravios que sufren los personajes de sus historias. La joven Runa, aguantará una serie de violentas agresiones de tipo sexual, hasta que finalmente sea transformada en vampiro por Konosuke durante una fiesta de fuegos artificiales, a lo largo de uno de los pasajes más emotivos del manga. 

La representación de la irracionalidad se relaciona con un género específico en el cine japonés, el jitsurokusen eiga (cine anárquico e inmoral), caracterizado por una desmesurada violencia crítica, en el que se incluyen escenas de tortura y gore, pero no el gore entendido como una actitud evasiva latente en el cine, tomando por ejemplo el peculiar resurgimiento del género de zombis en Japón en películas como Versus, The Hapiness of the Katakuris, Junk, Kakashi, Tomie Re-birth, Parasite Eve, School Day of the Dead, Wild Zero o Tokio Zombie, sino un gore como resultado formal, que introduce la figura del psicópata japonés surgido de la deshumanizada cosmópolis y que poco tiene que ver con el mundo de lo sobrenatural. En esta vía son muchos los cineastas que llevados por esta “nueva ola” de terror, aplican una visión singular en sus obras respecto a la producción de occidente, caracterizadas por la yuxtaposición de elementos opuestos y reconducidos al límite: la sexualidad aberrante tanto masculina como femenina, la mezcla entre lo natural y lo artificial, lo vivo e inerte, y lo sagrado y mundano.

Citábamos antes a Takashi Miike como uno de los realizadores en los que mejor se concretaban todas estas coordenadas, pero no es el único. La mayoría de las producciones japonesas que citábamos han tenido un éxito modesto recientemente, y los directores que logran una repercusión internacional se pueden contar con una mano. Para encontrarlos es necesario prestar atención a los festivales y muestras de cine especializado.

El Festival Internacional de cine de Berlín cuenta con numerosas producciones procedentes del país nipón entre su programación, incluso han llegado a alcanzar el Palmarés en ediciones recientes del certamen Village of Dreams de Yoichi Higashi y Spirited Away del maestro Hayao Miyazaki, algo inusual en un festival europeo. Fue en la pasada muestra del certamen donde se presentó el trabajo más reciente del realizador Sion Sono, conocido por su incursión en el género con la cinta Suicide Club (Jisatsu Circle, 2002), y que contó con el beneplácito de público y crítica en el Fant-Asia Film Festival de 2003. Sion Sono ya dejaba entrever algunas de las constantes en este filme con las que volvería a Strange Circus, sin duda su mayor logro hasta la fecha y presentado en la Berlinale de 2006. 

En la línea genérica del jitsurokusen eiga, el film Strange Circus contiene numerosos puntos de conexión estética y simbólica con la obra de Suehiro Maruo, principalmente en la representación de la violencia de un modo poético, mediada por un sexo patológico y decadente. La niña protagonista de Strange Circus, al igual que Runa Miyakawi, está traumatizada debido al  sometimiento sexual que le inflige su propio padre, obligándola a observar como viola a su madre en un inicio,  para hacerle lo mismo a ella después. Las heroínas de ambas historias tan solo podrán dar fin a las vejaciones de una forma sanguinaria y salvaje. Pero más allá de eso, lo que realmente trasciende en estas dos obras es el uso de la violencia física y sexual como lienzo artístico para dar fe de las pulsiones irracionales que mueven al ser humano. Vemos en una película como Strange Circus  las mismas constantes que se advierten en el trabajo de Maruo, la atracción por todo aquello que nuestra razón y moral más condena, ese lado primitivo e irracional que, merced a los mecanismos sociales y culturales, intentamos olvidar  ocultándolos a los demás y a nosotros mismos.  

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